domingo, 3 de abril de 2011

Dedicado al tercer punto suspensivo

Es la transición a cámara lenta. Sentir el adiós de una aviesa septena que puede sobrevenir a algo todavía peor: otros siete días de frustración y desasosiego. Períodos de veinticuatro horas en los que los alicientes para afrontar la siguiente jornada escasean más que el papel higiénico en un servicio público.

El mundo se para y la realidad se detiene. Un tiempo muerto para débiles y un asedio para enfaenados. El principio del fin ya es algo muy lejano. El fin del principio se antoja inmediato. 
Las madrugadas ya no se rinden a los neones, ni las tardes al bisbiseo de los párvulos. El viento únicamente arrulla el silencio, y las calles ya solo custodian el lugar de lo que ahora ya no está; lo que ya no es, lo que se ha perdido y parece tan difícil que vuelva.

Cafés de melancolía en rincones de soledad.




Sí, a mí tampoco me gustan los domingos. 

1 comentario:

  1. A los domingos sólo hay que verles un lado que normalmente está oculto...

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